Material didáctico y/o de entretenimiento alrededor del cine y la imagen


martes, 21 de diciembre de 2010

Juego de lágrimas: Los infinitos puentes de Neil Jordan

Dedicado a Antonio Jaime, Pelu, que inició esta historia, y a Iván Villafaina, que la rescató de mis recuerdos...

Buscaba una entrada especial para dar la bienvenida a las vacaciones de navidad (este blog de vocación didáctica seguirá cerrando por vacaciones), y creo que no he podido encontrar una más curiosa, más extraña, más sorprendente.
Y todo se inicia en 1992...

Hay que educar la mirada. Uno aprende eso sólo con el paso del tiempo.
Que te des cuenta de cosas que otros no ven, que puedas apreciar cosas que a otros se les pasa, suele ocurrir sólo después de haber visto mucho.
No surge espontáneamente.
Y también es necesaria una intencionalidad: Cuando quieres ver más allá de lo que te enseñan, acabas viendo.
Darte cuenta de esas cosas, ya digo, lleva su tiempo.
Y, os lo puedo asegurar, todo se disfruta mucho más.

Llega ahora el momento de contar esta historia que, de algún modo, ejemplifica lo que digo.

Ocurrió una tarde de 1992, cuando tras haber asistido a la proyección de "The Crying Game" de Neil Jordan, Pelu me dijo:

"¿Te has fijado en el movimiento de cámara del principio?"

Yo, torpe por naturaleza, después del desarrollo de esta historia de amor y descubrimiento, en lo menos que podía pensar era en el plano del principio de la película.
"Mientras lo estaba viendo" -proseguía Pelu- "me preguntaba dónde estaba colocada la cámara".

Pelu tenía razón. Si observas bien el plano, resulta desconcertante cómo ha podido realizarse.
Es un travelling horizontal desde fuera de un puente, y la cámara parece que cruza por enmedio de las aguas, con lo que los engranajes de grúas y guías parecen -en principio- demasiado complicados para un plano así.
Vedlo por vosotros mismos.



Ya digo que sólo se trata de mirar.
Algo también hay -qué duda cabe- de imaginar que haces las cosas.
Tienes que ser cámara, tienes que imaginarte que tienes una cámara entre las manos y que tienes que rodar ese plano que estás viendo.
Y entonces, porque quieres descubrir esa parte de magia, tienes que averiguar cómo está hecho.
Porque detrás de un plano tan simple, disimuladamente, se esconde una complejidad técnica.





Pero Pelu lo tenía claro: "Pensaba que habían construido un puente paralelo para rodar el plano" -me dijo- "hasta que poco después, cuando la cámara se abre y los protagonistas pasean por los alrededores, el propio escenario me dio la respuesta".
Volvía a tener razón.
Si queréis descubrir por vosotros mismos cómo está rodado el plano (no podía ser más fácil) miradlo en este video de apenas 18 segundos:


Efectivamente, no había que construir un puente paralelo pues ya estaba construido. Ese pasaje de madera sirvió perfectamente para hacer la panorámica.
Y si no llegan a mostrarlo en este fotograma, el secreto hubiera permanecido oculto a nuestros ojos.


Aquí parece que termina la historia, pero en realidad comienza.
Supongo que de un modo u otro aquello se quedó grabado en mi cabeza (pues volví a ver la película para comprobarlo por mí mismo) y me ha perseguido todos estos años.
Y Neil Jordan ha hecho lo suyo para que se me quede.
Retomo esta historia cuatro años después. 1996.
Asisto a la proyección de "Michael Collins" otra película de Neil Jordan protagonizada en este caso por Liam Neeson. Y, yo diría que estupefacto, compruebo cómo vuelve a aparecer -no es magia y sí realidad- el mismo puente, la misma pasarela, el mismo escenario, en una historia completamente distinta.
Son sólo dieciséis segundos, podéis comprobarlo por vosotros mismos:




Si es fácil o difícil que en los 100 minutos que dura la película te des cuenta que aparece un mismo escenario (en otra época diferente) que viste en una película cuatro años antes, juzgadlo vosotros.
Imagino, y no hay que darle más vueltas, que eso (y todo lo que vino después) pertenece sobre todo al terreno de las obsesiones.
En este caso las de Neil Jordan -primero- y después las mías propias.
Pero aunque fuesen apenas quince segundos, años después yo reconocí ese puente como si lo hubiese visto ayer.


Y a partir de aquí la historia se torna en hecatombe.
Todo se convierte en un intento de recordar y comprobar.
Recordar porque recordé que la película que Jordan hizo entremedias de estas dos, la curiosa y revisable "Entrevista con el vampiro", en 1994, empezaba y terminaba en un puente.
No era el mismo puente -está claro- pero el escenario donde arrancaba la historia, y en este caso donde acababa, se convertía en recurrente.

Puede que toda esta historia se estuviese convirtiendo en parte de casualidad y parte de mi imaginación, pero os remito a las propias películas para que podáis comprobar cómo estas curiosas conexiones -sean o no intencionadas- están ahí presentes.

El inicio de "Entrevista del vampiro" no he podido insertarlo, por los sempiternos problemas de permisos, pero lo podéis ver en este enlace.
Y tenéis también las imágenes de cómo empieza esta epopeya de vampiros y sumisiones.



Y el final, donde volvemos al mismo escenario, al mismo puente, podréis verlo pinchando aquí.
No es difícil buscar metáforas con semejante escenario. Mucho más cuando el inicio es un amanecer y el final transcurre en el ocaso.
Y además, si la historia se hubiese quedado ahí, yo habría podido atribuirlo en cierta medida a la casualidad, pero es que no, no se queda ahí.
Ni muchísimo menos.



Decidí, por cabezonería o por aburrimiento (dos de mis leitmotiv fundamentales) dar un repaso somero a la filmografía del bueno de Neil.

Y enseguida me topé con "Mona Lisa", su tercera película, dirigida en 1986, y que yo había visto de estreno en mis años universitarios (largometraje al que -por otras razones- le tengo un cariño especial).
Y no sé si fue sorpresa o asentimiento, no sé si de algún modo yo esperaba ver lo que vi pero, efectivamente (parece que no podía ser de otra manera) la película empieza invariablemente con el protagonista cruzando un puente, amaneciendo -otra constante- en busca de una nueva vida.

No he podido colgar el video, pero os dejo con las imágenes.




Fue Iván, hace poco, precisamente hablando de esta curiosa y extravagante película, el que me recordó toda esta historia de puentes y casualidades que os acabo de contar.
Imagino que para cualquier aclaración habría que preguntarle directamente a Neil Jordan, cosa que, por otro lado, me alegraría bastante poder hacer.
No es sólo cuestión de puentes.
En su filmografía, el director irlandés suele ubicar siempre la historia cerca de un parque de atracciones.
Es cierto, sí, son escenarios muy cinematográficos.

Pero esta historia tampoco acaba aquí.
Iván me recordó a través de "Mona Lisa" todo ese cúmulo de casualidades y puentes, pero enseguida empecé a pensar que seguro que habría más películas, que habría más coincidencias.
Me di cuenta que -por diversas razones- se me habían escapado las últimas películas de Neil Jordan. Concretamente "El buen ladrón" y "Desayuno en Plutón", que además tenía ganas de verlas.
Así que me hice con ellas y preparé una buena sesión doble.

Fuera ya de sorpresas, comprobé (como quien sabe lo que va a pasar) que, en estos dos casos, la historia termina en -algo parecido a- un puente.

"El buen ladrón" es del año 2002, y en su final los dos protagonistas cruzan una pasarela a modo de embarcadero.



Y se alejan (esta vez a plena luz del día) también hacia un futuro diferente.


El caso de "Desayuno en Plutón" es algo distinto, pues su protagonista también se aleja, pero en este caso el escenario es más parecido a un laberinto de pasarelas.



Puede que haya más películas donde aparece (no las he visto todas), o puede que todo sea fruto de imaginaciones mías.
Da igual. Es una manera, como otra cualquiera, de divertirse y pasar el tiempo.

Hablaba al principio de esta historia que hay que educar la mirada.
Yo así lo creo.
No sé muy bien si con historias como esta uno la educa o la pervierte (yo ya no podré volver a ver en mi vida una película de Neil Jordan sin pensar en puentes), pero en cualquier caso no está demás disfrutar con esas pequeñas obsesiones que los directores plasman en sus historias y sentirte cómplices de ellas.

Y como os digo, si alguna vez tenéis la oportunidad de conocer y hablar de Neil Jordan no dejéis de preguntarle por sus puentes.
Mientras tanto, disfrutad de las vacaciones.

domingo, 19 de diciembre de 2010

95 minutos: El elogio del tiempo (o 31 películas para un trayecto de AVE Madrid-Valencia)

Leo con cierta incredulidad, y no sin asombro o desacuerdo, esta noticia relacionada con la inauguración de la nueva línea de AVE que une Madrid con Valencia.

En ella, Enrique Urkijo, al que designan "número dos" de RENFE, explica que no se proyectarán películas en dicho trayecto pues la duración del mismo será de 95 minutos.
Lo he pensado, meditado y no he podido evitarlo: Tengo que escribir una carta a tal dignatario, a fin de que pueda recapitular y entrar en razón.

Sr. Urkijo:
"Mi nombre es Juan Ramón Carneros.
No quiero abrumarle con datos de mi biografía, pero nacía en Nerja, vivo en Melilla, y durante los doce años que viví en Madrid sólo viajé una vez a Valencia (con dos amigos, Javi y Joaquín) y fue en coche.
Si usted se pregunta dónde quiero ir a parar la respuesta es sencilla: No creo que haga nunca uso de esa nueva línea de AVE que han inaugurado. Si me apura una o dos veces, por aquello del vaya usted a saber.
Pero hay cosas que no puedo permitir. Cosas que me inquietan y me desasosiegan. No me va nada en ello -insisto- pero mil apreciaciones surgen ante su cuando menos desafortunada aseveración.
Mi sentido incólume de la justicia me obliga a escribirle estas modestas letras.

Dice usted que sólo pondrán documentales y series, pues en la duración del trayecto no da tiempo a poner películas.
Y mi pregunta no puede ser más directa: ¿Ha visto usted mucho cine, Sr. Urkijo?
No quiero resultar cruel, ni pedante, ni tan siquiera hiriente, pero su ignorancia, permítame decirle, es supina.
Son muchas, y maravillosas, las películas que no exceden de los 90 minutos de duración. Pregúntele a Woody Allen.
Lo digo en serio. Pregúntele, pregúntele. ¿Le ha preguntado ya? Entonces sigamos.

Semejante aseveración -que la atribuyo, no crea, a que ha estado usted muy liado estos últimos días con el tema de la inauguración- no solamente es absolutamente inexacta, sino que en mi opinión hace un daño estimable al mundo del cine.
Usted no me conoce, y tendrá que creerme si le digo que soy de los que disfruta con la versión extendida de "La bella mentirosa" de Jacques Rivette, que dura 250 minutos, pero también soy de los que de un modo inflexible cree que si una historia puede ser contada en 90 minutos, mejor que en 120.
De un modo inconsciente está usted animando a todos esos directores noveles a alargar innecesariamente los planos secuencia.
Está usted jugando con fuego.

Una última reflexión, si me lo permite.
A los que nos gusta viajar, llevamos invariablemente unidos a nuestro corazón el cine y los desplazamientos. Desde el autobús hasta el avión, pasando por el barco.
No me sea.
Que la media de duración de un largometraje ronde los cien minutos no se lo niega nadie, pero privar a miles de pasajeros del gusto de una buena historia contada en menos de noventa minutos es una potestad que ni los dioses deberían tener.
No se la otorgue usted, hágame el favor.

A modo de apéndice le adjunto una lista de 31 largometrajes que duran menos de ese tiempo.
Y es que otra cosa que nos ocurre a los que viajamos bastante es que odiamos que nos repitan una y otra vez las mismas películas.
Si necesita otras 31 para el mes que viene hágamelo saber.
Es una lista heterogénea, muy a gusto del que esto escribe -faltaría más- donde abunda el cine clásico y la animación. ¿Algún problema?

Tengo que confesárselo, sí: Me ha enfadado usted un poco.
Pero tranquilo, que enseguida se me pasa.

Sinceramente suyo.
Juan Ramón Carneros"

Dirigida por David Lean en 1945. Da título a este blog, por si no se había dado usted cuenta.
Dura 86 minutos y encima el tren es uno de los protagonistas. Es romántica y de amores imposibles. Qué más se le puede pedir.
Le adjunto la ficha de IMDb por si no se fía de la duración.


Dirigida por Kim Ki-duk en 2004. 88 minutos.
No se fíe. Seguro que un estrecho colaborador suyo le dice que es rara, que no se entiende.
Para nada, amigo. Pura poesía. Un disfrute para los sentidos.


Dirigida por Hayao Miyazaki en 1988. 86 minutos. Es mágica y sorprendente. Una delicia al alcance de todas las edades. Si le gusta, que no lo dudo, su director tiene muchas más películas que se ajustan a las exigencias de su veloz tren.


El clásico que Tod Browning dirigió en 1932 sólo dura 64 minutos. Y es de una lírica sencillamente aplastante. Si quiere usted le dejo alguno de mis cortometrajes, que todavía le sobra tiempo.
Aunque bien pensado no. Olvídelo. No están a la altura. Dejemos a los pasajeros 20 minutos noqueados por la contundencia de la historia.


Pura aventura. Dirigida por ese venerado -con toda la razón del mundo- director de animación que es Brad Bird en 1999, sólo dura 86 minutos.
Si es lo suficientemente perspicaz como para ser número dos de RENFE, se habrá dado cuenta que hasta ahora ninguna de las películas llega siquiera a los 90 minutos.
No se me queje.


Esta es especial, no se lo niego. Pero no estará demás descolocar a aquellos que cogen un tren pensando en novias o el mar, y generar en ellos desconcierto y perplejidad.
Dirigida por Alain Resnais en 1961, se ajusta, justito, con sus 94 minutos de duración.


No me negará usted que tiro de los clásicos. Y que eso siempre es bueno.
No hará falta pues que le diga que esta fue la única película que dirigió Charles Laughton en 1955, y que dura 94 minutos.


Tendrá usted razón si se pregunta cómo es posible que Paul Thomas Anderson consiguiera amasar tal cúmulo de sensaciones en esta inclasificable película de 2002. Pero dura 94 minutos e imagino que va vislumbrando mi querencia a desconcertar al espectador y a usted.


Espero que no se queje si me dejo arrastrar por mis pasiones más confesables con esta maravillosa comedia de la Ealing dirigida por Charles Crichton en 1951 y que según su ficha solo dura 81 minutos.


Esta no es un clásico, es una verdadera obra de arte. Y encima con la navidad pega que ni pintado.
Muchos creen que es de Tim Burton, como bien dice su título, pero la dirigió Henry Selick en 1993. Sus 73 minutos son crema, hermano.


No le negaré mi pasión por el melodrama, ni mi admiración por Max Ophuls, del que no creo que pueda resistir incluir alguna otra obra maestra, aparte de esta emocionante historia dirigida en 1948 de 86 minutos de duración.


Un canto de amor al cine dirigido por Tom DiCillo en 1995. 90 minutos justos, oiga.


Quien no disfrute con esta comedia de animación es que no tiene entrañas.
Un clásico habanero dirigido por Juan Padrón en 1985 y que sólo dura 69 minutos.


No le voy a engañar. En la ficha de Imdb viene como si durase 96 minutos aunque en mi dvd dice 95. En cualquier caso nadie se despegará de sus asientos, se lo aseguro, ante el romanticismo surrealista de la obra ce Cocteau. Ni para los títulos de crédito.


14) TÚ, YO Y TODOS LOS DEMÁS
Dejemos también paso para el cine independiente con esta inclasificable pieza que la video creadora Miranda July dirigió en el 2005. 91 minutos, Deje que se siente la gente con tranquilidad y dele al play.


Y por qué no algo de cine mudo Que nadie diga que no se lo merece.
También con temas ferroviarios anda esta obra maestra de Buster Keaton. 76 minutos.


Comedia enloquecida dirigida por Martin Scorsese en 1985. No haga caso de la ficha de Imdb, no son 97 minutos sino 93.


Dirigida por James Whale en 1933. 71 minutos. Hágame caso, en los clásicos de cine fantástico hay todo un filón.


Tiene toda la razón. Habría que poner más cine español, pero no se engañe. Esta película es un monumento a la comedia. Sin nacionalidad. Dirigida por Jose María Forqué, dura 92 minutos.


Dirigida por Marjane Satrapi basada en su propio cómic. Irreprochable. Dura 95 minutos de cine de animación para adultos, comprometido y nada condescendiente.


Quizá la única lástima es que no de tiempo a poner esta película dos veces. No le engaño, si usted me repite esta obra maestra que Charles Chaplin dirigió en 1936, no se lo reprocharé.


Si usted ya habló con Woody Allen quizá le habló de esta película que dirigió en 1985 y que solo dura 82 minutos. Se la recomiendo.


No hace falta que le recuerde que no está demás incidir en la vocación pública del transporte que usted organiza. Demos a conocer pues a Karel Zeman y sus deliciosas historias de aventuras.
Esta la dirigió en 1967 y dura 90 minutos justos.


Tiene razón. Esta es para mayores de 18 años. Asegúrese que no viaja ningún menor y no tenga miedo a esta biografía apócrifa de Charles Bukowski, dirigida por Bent Hamer en 2005, que dura unos estupendos 94 minutos.


Démonos también una vuelta por los clásicos europeos. Dirigida por Vittorio de Sica en 1948, dura 93 minutos


Esta delicia se ha convertido por derecho propio en un pequeño clásico. La dirigió Michael Ocelot en 1998 y sólo dura 74 minutos.


Se lo dije. Volvería Max Ophuls, y es que uno tiene sus debilidades. Esta delicia narrativa tiene 90 minutos y el genio alemán la dirigió en 1950.


27) ONCE
Y es que no todo van a ser clásicos, que seguro que se encuentra usted con algún viajero listillo que se queja por todo.
En ese caso le ofrezco este musical independiente, dirigido por John Carney en 2006 que dura 85 minutos.


No sé si habrá notado usted mi querencia por la comedia. y es que ya sea por negocios o placer, un viaje tiene mucho de desconexión. Sí, estoy en todo.
Esta vuelve a ser de la Ealing, y la dirigió Alexander Mackendrick en 1951.


Démonos un paseo por la América profunda con los hermanos Coen, en esta comedia que dirigieron en 1987. Se lo digo ya, cabe. Dura 94 minutos.


Quizá corra usted la tentación de preguntarme: ¿Estás seguro? Y yo le diré: Sí.
Y es que el que no arriesga no gana. Como ya sabrá esta película la dirigió Gus Van Sant en 2007. Dura 84 minutos.


Me despido con un clásico como -créame- hay mil.
Siento ahora todas las películas que se han quedado en el camino (una lista de 31, a quién se le ocurre), pero si me da algo de tiempo le mando trescientas.
En esta ocasión lo dejamos con Sir Alfred Hitchcock y este clásico de 1948 de tan solo 80 minutos.
Un viaje Madrid Valencia bien lo merece.


Deje por último que le ponga un único ejemplo de lo que no debe hacerse jamás en un tren como el que usted dirige.
Esta película dura 5.220 minutos y es ejemplo justo de todo lo contrario que yo, humildemente, he querido mostrarle.
No me sea, Enrique Urkijo, y dele una oportunidad al cine.
Todos saldremos ganando.

martes, 14 de diciembre de 2010

Unbreakable: Cuando la mirada es el principio, o la mirada triple

La mirada es lo último.
Invariablemente.
La mirada es el final del proceso. La mirada es el territorio donde todo confluye, donde el creador y el espectador se dan la mano, donde se unen al menos dos tiempos, donde todo (las horas perdidas, los calendarios rotos) tienen por fin sentido.
Con la mirada del espectador surge el cine. Surge la creación en general.
Es el final de ese puente imprescindible.

Y en el cine, la mirada suele ser doble: Ve la cámara, vemos nosotros a través de ella.
El famoso juego de los espejos.

Aunque hay veces que esa mirada (esquiva, huidiza, apenas sugerida) se convierte en triple.
La cámara ve lo que ve un personaje de la película, y nosotros vemos lo que ve la cámara, lo que ve el personaje.

Un claro ejemplo de esto sucede en el arranque de la película "Unbreakable", que en España se tradujo como "El Protegido", dirigida por M. Night Shyamalan en el año 2000.
En este arranque, a la par que los títulos de crédito iniciales, vamos a observar al protagonista, David Dunn, interpretado por Bruce Willis, en un viaje en tren que marcará para siempre al personaje y el resto de la historia.

La secuencia, narrada en un solo plano y con leves pero continuos movimientos de cámara, es un constante juego de miradas y voyeurismo.
En conjunto dura casi cinco minutos, y la tenéis aquí:

<

Iniciamos la secuencia con David, el personaje que interpreta Bruce Willis, apoyado melancólico en la ventanilla del tren.
La disposición no es baladí, pues nos da la información (ofrecida a través del cristal) de que el tren está arrancando, que inicia su marcha.


En seguida comienza el primer balanceo de la cámara. Vamos a ver cómo esta se desplaza a lo largo del asiento delantero, hasta volver a ver a David en la ranura que separa los dos asientos.
Como solemos ser mal pensados, el hecho de que el nombre de Robin Wright Penn, actriz que hará de mujer de David en el film, aparezca justo cuando el asiento delantero tapa a David (se genera una barrera insalvable entre ellos), es un detalle que no nos pasa desapercibido, y que posteriormente podríamos refrendar con la relación de los dos personajes en la película.



Pero volvamos a la secuencia, y a la parte más importante de ella: La mirada.

Efectivamente, creemos ver a David desde los dos asientos delanteros. Y digo creemos porque enseguida nos daremos cuenta que no es así.
David levanta la cabeza y casi nos mira, porque en realidad a quien está mirando es a una chica que viaja en el asiento delantero, y que es en realidad quien está mirándolo, quien está observando la escena.



Quizá la única concesión (o a lo mejor es mucho decir) que hace Shyamlan en este caso, es ofrecer a la niña mirando boca abajo, puesto que lo que hemos visto -nosotros, los espectadores- estaba efectivamente "al derecho".

(Inciso: Justo en la siguiente secuencia de la película, el director corregirá este desagravio poniendo al hijo de David viendo una película al revés y, efectivamente, nosotros, como espectadores, veremos esa película también al revés. Fin del inciso)

Quizá para compensarlo, el personaje de Bruce Willis tuerce el gesto, intentando igualar la mirada de la niña.


Justo en ese momento veremos cómo se mueven David y la cámara al mismo tiempo, de nuevo al lado de la ventanilla.
Hay una contraposición también evidente entre el gesto cómplice y divertido del fotograma anterior, con el gesto triste y alicaído del siguiente.
Una dualidad, por cierto, presente de un modo muy marcado en toda la película.


En ese momento llega un pequeño desencadenante de la historia: Aparece una atractiva pasajera que compartirá asiento con David.
Debemos notar cómo hemos vuelto a recuperar -rápidamente- la mirada, de nuevo para nosotros. Ya no es la niña la que mira -pensamos- somos nosotros. La mirada nos pertenece.

Así, de esta manera, como mirones que somos, podremos contemplar cómo en el asiento de atrás el hombre se fija en el tatuaje sugerente de la chica, cómo se quita el anillo de casado (la esposa vuelve a aparecer, aunque sea por omisión), y cómo él empieza a filtrear con ella.







Y entonces, de un modo bastante directo, estalla la tormenta.
Curiosamente será una doble tormenta, la real -que poco tiempo después provocará un descarrilamiento del tren, de consecuencias sorprendentes- y la de los compañeros de asiento, pues la mujer, sintiéndose cortejada, prefiere abandonar el asiento.



Tras eso, volvemos a ver al personaje de Bruce Willis, cabizbajo, y, aunque la habíamos olvidado (estábamos preocupados por la conquista, nos habíamos convertido en mirones de la frustrada relación de esos dos personajes) volvemos a recordar que no éramos nosotros quien estaba mirando, sino la niña (y nosotros, claro, pero a través de ella).
Y su gesto mezcla de tristeza y desaprobación nos lo dice todo.



Será entonces cuando David se apoye definitivamente contra el cristal (y la cámara que siempre lo acompaña), cierre los ojos y se evada.
Hay un acercamiento de cámara al personaje (donde ya no lo miramos como un voyeur, nos aproximamos a él tratando de conocerlo, de comprenderlo).



Y en ese momento se desencadena la tragedia.
En ese momento, empieza la película que, esta vez sí, podremos observar desde una posición algo más privilegiada que la que ofrece la mínima separación de dos asientos del vagón de un tren.