Siempre preferí volver a ver las películas que releer un libro.
Supongo que, sobre todo, es culpa del tiempo que inviertes en cada uno de los casos.
Nunca leí un libro más de tres veces (Rayuela no cuenta) pero son bastantes los largometrajes que he visto más de diez.
Y siempre te encuentras ese aroma conocido pero distinto que te atrapa.
Una de las gratas sorpresas que te depara la revisión de películas es poder apreciar detalles, tonterías, anécdotas o información más o menos relevante que en un primer visionado se te hubiera escapado.
Los ojos que miran algo ya visto son inevitablemente distintos.
La mirada y su velocidad, también.
Algo así debí pensar (imagino, pues me ocurrió hace más de diez años, allá por el 2000) cuando vi a Jack Skellington aparecer en lo alto del tiovivo que Beetlejuice porta en una escena encima de su cabeza.
Jack, el protagonista de esa maravillosa película que es "Pesadilla antes de Navidad", estrenó su papel protagonista en 1993, pero entonces éramos pocos (por no decir ninguno) los que lo habíamos visto aparecer cinco años antes en "Beetlejuice", ese encantador desparrame visual protagonizado por Michael Keaton.
Hay algo de incredulidad y alegría en un descubrimiento así.
Te sientes especial, cómplice de un autor tan personal y de su imaginario.
Hay mucho de vanidad, también, en un descubrimiento así.
Sentir que tu ojo escudriña más allá del resto de los mortales, qué se yo.
Pero qué fácil es caer del guindo.
Qué fácil.
Y es que todo descubrimiento tiene también su pequeño lado oscuro: Es difícil sentirte especial en este mundo globalizado, cuando, contento por el hallazgo, tecleas "Jack Skellington Beetlejuice" en el todopoderoso Google y te das cuenta que esta misma historia viene hasta en la Wikipedia.
Sí. En la Wikipedia.
Tu gozo en el pozo de la información por cable.
Y no es que me haya dado cuenta ahora, pero internet, madre mía, es la lupa del mundo.
De cualquier modo siempre es un placer disfrutar, volver a ver, revisitar, y mirar con los ojos de hoy películas que viste hace más de veinte años.
Aparecen las obsesiones. Las de ellos y sobre todo las tuyas.