Material didáctico y/o de entretenimiento alrededor del cine y la imagen


martes, 15 de marzo de 2016

Ida: la belleza de la sencillez

Ida sería, sin duda, una película para analizar tan fondo como se quisiese. Compositiva, lumínica o narrativamente tiene los suficientes argumentos para pararnos a cada plano, del deleite puramente visual al analítico.
Quizá por eso regrese a ella en otra ocasión, pero hoy, como primer bocado, vuelvo a fijarme en lo que una y otra vez (y otra y otra) hace que mis ojos se posen, mi mente reaccione y que una sonrisa de complicidad se dibuje en mi rostro: la sencillez. La simplicidad envuelta de una maravillosa sencillez.
Y es que, desde el punto de vista narrativo, es siempre lo que mejor funciona. No sé cómo era (o si alguna vez fue así) pero aquello de "una palabra mejor que una frase, un gesto mejor que una palabra" me ha parecido siempre un buen mantra a tener en cuenta a la hora de contar historias. Aunque también, pero esa es otra historia, a veces nos guste lo barroco.

El dilema narrativo, a resultas, es siempre bien fácil de estructurar: Qué quiero contar y cómo lo hago. No hay más. Y en encontrar soluciones está la magia de eso que llamamos cine.

Así que, para hablar de ello, volvamos a Ida, esa maravillosa película polaca dirigida por Pawel Pawlikowski que nos asaltó en 2013 dejándonos una huella de poso y calado y a una escena con apenas cuatro planos, que nos cuentan toda una historia.

Anna, una novicia huérfana, visita a su única pariente viva, su tía, antes de tomar los hábitos.
Esta escena arranca con las dos mujeres en el coche, en silencio.

PLANO 1:
Vemos a Anna mirando al frente, sin hablar. De vez en cuando dirige su mirada hacia su tía, la conductora del vehículo, y otras simplemente hacia el frente, mientras los árboles del bosque que atraviesan se reflejan en el cristal delantero y en su rostro.


PLANO 2:
Vemos a la tía de Anna, juez de profesión, en un plano mucho más cerrado, más hierática y concentrada en si misma si cabe. La acción (los dos planos) se mantiene bastante pese a la nula comunicación (precisamente para remarcarla) entre ellas.


PLANO 3:
De repente todo cambia.
Hemos dejado el coche, que no sabemos donde está, hemos dejado a las protagonistas de la historia, que han desaparecido, hemos abandonado los planos cercanos y nerviosos para adoptar un plano general abierto, donde apenas acertamos a ver un camino y lo que parece ser un coche de policía. ¿Qué une este plano con el anterior? ¿Como completar la elipsis que se nos ofrece? No habrá que tardar mucho para comprobarlo.


Efectivamente, algo podemos intuir, aunque siga sin quedar claro, cuando vemos que en este encuadre mantenido, por el flanco izquierdo, aparece un carruaje de caballos que tira de un coche que se hallaba fuera del espacio, caído en la cuneta.
Con dificultad y algo de parsimonia la improvisada grúa saca al coche siniestrado de nuevo a la calzada.



PLANO 4:
Y de nuevo un cambio brutal. Del amplio encuadre del bosque, los caballos y los coches, pasamos a uno mucho más cerrado, más oscuro, con un punto casi siniestro.
El cambio es tan grande que en este nuevo encuadre aparece un personaje no visto hasta ahora, que no pertenece a nuestra secuencia de acontecimientos (por lo que el descoloque narrativo es mayor) aunque una sola frase -una pregunta- hará que todos los elementos se sitúen y cobren sentido. Una sola frase -una pregunta- que une los dos planos del principio (las dos mujeres en el coche), el plano de en medio (la carretera, el remolque de un vehículo) y este plano del final, un policía grueso y hastiado que lanza una pregunta a una interlocutora que no vemos pero que con solo oír el requerimiento enseguida pondremos cara.



Ese "cuando empezaste a beber" además, habla y dice más que un "cuánto habías bebido". Nos habla y nos cuenta de un problema mayor, de algo arrastrado en el tiempo.

En apenas tres planos (coche, bosque, comisaría) hemos construido un mundo.
Tan sencillo, tan simple, tan difícil.