Material didáctico y/o de entretenimiento alrededor del cine y la imagen


viernes, 27 de abril de 2012

Homeland, el trofeo, o la trivialidad de los detalles

(en este análisis no hay espoilers propiamente dichos, aunque sí algún detalle que pueda dar pistas sobre el desarrollo de la serie)

En el mundo de la narración hay hueco para muchas cosas.
Para mí esa es, probablemente, una de sus grandes ventajas, uno de sus grandes alicientes.

Hay hueco para grandes momentos, para cuestiones triviales, para detalles insignificantes, para acontecimientos memorables, para clímax inesperados, para tedios insufribles o para instantes decisivos.
Y algunas veces se dan todos a la vez.

Algo así fue la sensación que tuve viendo el último capítulo de la serie "Homeland", donde se combinaban a la perfección lo más trascendente e intenso con lo más trivial y mundano.

Siempre he sido de fijarme en cosas absurdas (no tanto en los detalles concretos) pero que están ahí y que por lo tanto, inevitablemente, ofrecen una lectura determinada.
En el caso de esta escena tiene más que ver (aunque probablemente trascienda) con lo que llamamos el "bagaje" del personaje, todo aquello que en una narración construimos para darle una identidad (un pasado, una vida) y un peso a los personajes aunque ello no se traduzca ni intervenga directamente en el desarrollo de la narración.
Un cactus, una revista, el modo de colocar la ropa sobre una silla, si están o no doblados los cuadros del pasillo acaban diciéndonos, también, mucho del personaje que aparece en escena.
Y en esos detalles está también parte de la historia.

En este caso en concreto, para no contar demasiado de la serie, nos situamos en un piso de alto standing de la ciudad de Virginia.

En el primer plano, a la vez narrativo, trivial y de situación, nos encontramos frente a un televisor desde que se puede seguir la inminente llegada de un congresista de los EEUU.

















En el contraplano, que funciona a su vez perfectamente como contrapunto, vemos a una mujer mayor (la dueña de la casa) atada a una silla mientras observa la tele.

















En el siguiente plano vemos al segundo personaje que está en el piso, el secuestrador, que observa igualmente lo que emite la televisión. Una vez que ha visto lo que necesitaba saber, coge el mando y la apaga.



















De modo más que sencillo aunque también lleno de tensión se nos presenta la historia: La mujer ha sido  atada y recluida en su propia casa por un personaje que planea algún tipo de ataque al senador que acaba de llegar a la ciudad.
Realmente NO ES IMPORTANTE en la narración el personaje de la señora. Es la excusa, como propietaria de un piso con grandes ventanales que da al lugar donde el senador va a dar un discurso, para el desarrollo de la historia.
Pero aún así esa mujer tiene una historia detrás. Que ni aparece, ni influye ni resulta importante para lo que nos están contando. Pero tiene una historia.
Y si nos ponemos a pensar podíamos decidir cuántos hermanos tiene, cuántos de ellos están vivos, si se casó y cuántas veces, si lee poesía antes de acostarse o si le gusta la comida japonesa. Apenas si podemos saber con lo poco que se nos ha mostrado que tiene bastante dinero (el piso es lujoso) y que parece vivir sola (¿viuda?). pero toda esa vida de 60 años atrás está abierta a nuestra imaginación (ya puestos, también la del asaltante, aunque de él, por capítulos anteriores, sí que sepamos más).

Así que cuando el secuestrador suelta el mando de la tele y se dispone a prepararse para lo que ha venido a hacer, casi sin querer, un barrido de la cámara nos va a ofrecer pequeños detalles que, en este momento de tensión de la historia, nos ofrecen mucha información de ese personaje apenas importante que resulta ser para la historia la mujer atada a la silla.




















Plantas, revistas y marcos de fotos. Sí. Todo muy ordenado, todo muy mínimal, todo muy ascético.
Pero en esa estantería también hay una copa, un trofeo.
Y esa copa, completamente independiente a la historia que estoy viendo en pantalla, me llena de absurdo y perplejidad.
¿Qué hace ese trofeo en esa estantería? ¿Será de la propia mujer, campeona de petanca, de bridge?, ¿de algún concurso de cocina, de literatura, de ajedrez?, ¿o será de algún nieto que corre la maratón y del que se siente especialmente orgullosa?

Sé que hay un hombre malo que se dirige a matar al que podría ser el futuro presidente de los EEUU, sé que la narración se vuelve densa, trágica, inquietante, pero yo no puedo dejar de pensar en ese trofeo escondido y apenas perceptible que hay en la estantería, y quiero que alguien me cuente, que alguien me diga...