Dentro de todos los objetos/elementos con una carga innegable de carácter denotativo (el ojo, la sombra, el puente, el árbol, etc.) el espejo se erige, casi con toda seguridad, en uno de los que mayor juego ofrece en la representación fílmica.
Que la pantalla sea al mismo tiempo una superficie que cuenta y que refleja, que cuando miremos nos estemos viendo a nosotros mismos, hace que ante un espejo dentro de la pantalla las simbologías se disparen.
El espejo es una muñeca rusa infinita.
No vemos solo lo que refleja. Vemos lo que refleja de lo que refleja y en ello, al final, estaremos viéndonos siempre a nosotros mismos.
Aunque las lecturas que su superficie refleja son mucho mayores.
Como ocurre en esta clásica y memorable escena de "Ciudadano Kane", dirigida por Orson Welles, donde el espejo actuará como desfragmentador absoluto, en el fondo y en la forma, del personaje protagonista.
Ciudadano Kane, rodada en 1941, pertenece por derecho propio a la historia del cine, en tanto que paradigma que explota recursos narrativos hasta entonces no desarrollados.
Narra, como es sabido, la vida de Charles Foster Kane (basada más que maliciosamente y sin permiso en la del magnate de la comunicación William Randolph Hearst) con numerosos flashbacks y alteraciones temporales.
En esta escena, cercana al final de la película, vemos a Kane abandonado por su amante, una cabaretista por la que dejó a su mujer.
Kane le ruega, le implora y le exige que se quede (en una dualidad clara del poder y la debilidad del personaje) pero ella lo deja solo.
Tras el abandono, el personaje interpretado por Welles destroza la habitación y, ante la atónita mirada de los sirvientes de su mansión, cruza un largo pasillo donde se encuentran dos espejos enfrentados.
La cámara sigue al protagonista y podremos observar cómo esos dos espejos arrojan la imagen de Kane multiplicada hasta el infinito.
Kane pasa y la cámara permanece, mostrándonos el espacio completamente vacío.
Es evidente, en este caso, cómo el espejo ahonda en la desfragmentación de un personaje que, tras el abandono, pasa a ser uno más, un ser vulgar, corriente, uno como cualquiera otro, y deja de ser ese hombre único, poderoso e intocable.
La despersonalización se plasma en ese caminar lento y en esa multiplicación.
Curiosamente, además será el momento temporal donde (a excepción del arranque de la película) veamos al Charles Foster Kane de más edad.
Eso marca todavía más esa pérdida de identidad (la multiplicación como pérdida) motivada por un espejo que, en este caso, refleja la desintegración como ninguno otro.