Material didáctico y/o de entretenimiento alrededor del cine y la imagen


lunes, 24 de enero de 2011

Los apuros de un pequeño tren: Los malos tontos

Reconozcámoslo: La maldad, en el cine, da mucho juego.
Las historias no serían lo mismo sin la figura del villano, del asesino, del tirano. La maldad, casi al mismo nivel que la mentira, son intrínsecas al desarrollo narrativo.
¡Qué aburrido si no!

Pero la tipología del malvado en las películas es tan variada que resulta difícilmente clasificable. Aunque yo me lanzo y me atrevo a establecer tres tipos fundamentales:

1) El fascinante:
Es sin duda uno de los que más juego da. El Harry Lime que interpretaba Orson Welles en "El tercer hombre" o Hannibal Lecter, el celebérrimo asesino encarnado por Anthony Hopkins en "El Silencio de los corderos".
El espectador reconoce en ellos la maldad pero no puede dejar de sentirte atrapado y atraído por una figura que desprende poder y dominio de la situación.
2) El odioso:
Desde el reverendo Harry Powell que bordó Robert Mitchum en "La noche del cazador" al aún hoy desasosegante Joker que nos regaló Heath Ledger en "El caballero oscuro", representan en sí mismos a la maldad en estado puro, y la relación con el espectador se establece sin ambages.
3) El tonto:
La maldad también es (o puede ser) ingenua.
Normalmente en comedias, en historias donde el drama no tiene mucho peso o en bastantes de animación, la figura del villano se representa a través de un personaje más bien torpe, con pésimas intenciones pero peores resultados, y al que -sobre todo al final de la película- se le acaba cogiendo bastante cariño.

Algo de esa figura podemos observar en la película "Los apuros de un pequeño tren", una comedia de la productora inglesa Ealing, dirigida por Charles Crichton en 1952.

La lucha de los habitantes de un pequeño pueblo para que siga funcionando su línea de ferrocarril en contraposición con los (malos tontos) empleados de una nueva empresa de autobuses, que les pondrán mil y una dificultades, dará lugar a las peripecias que conforman la película.

Vamos a analizar hoy una pequeña escena de esta película, donde podremos observar cómo la elipsis de lo narrado se mezcla magistralmente con la conducta de los villanos, que se nos presenta a la par misteriosa y cómica.
Y todo en un vídeo de apenas medio minuto:



Para qué contar más, para qué usar más planos o para qué dar más información, si con la que se ofrece es más que suficiente.

Lo primero que observamos, después del fundido a negro, es la estación de tren sola, por la noche, abandonada.


En seguida nos damos cuenta que no somos nosotros los que la estábamos viendo. Son dos de los empleados de la línea de autobuses los que la observan tras una valla.
En esta primera presentación de los personajes ya observamos esa dualidad antes mencionada, pues aunque el gesto serio no nos hace presagiar nada bueno, la igualdad de la vestimenta y la igualdad en el gesto (las cuatro manos sobre la valla de madera) le dan a la escena cierto aire cómico.


Para ahondar en esa comicidad (similar a la de los Hernández y Fernández de Tintín) los dos personajes calcan sus movimientos.
En esta ocasión, sobre el mismo plano que el anterior, vemos cómo miran para atrás, donde se sitúa la locomotora.
Tras esa primera mirada, luego se vuelven para mirarse el uno al otro (en un gesto todavía más cómico) y donde nos llevan a pensar que algo malo han hecho (algún sabotaje) a la locomotora.



Esta es probablemente una de las cosas que más me interesan de la narración: No nos cuentan qué le han hecho, no hemos visto cómo lo han hecho, ni siquiera sabemos dónde han intervenido.
No sólo es que no es necesario contar más, es que está bien que no nos lo cuenten.
De esta forma identificamos aún más al espectador con los "buenos" de la historia, que se levantarán al día siguiente desconociendo por completo lo ocurrido.

Los personajes, satisfechos, saltan la valla y se pierden tranquilamente entre las sombras.






Después vuelve a haber un fundido en negro, y se abre la historia en la habitación de uno de los habitantes del pueblo, donde suena el despertador y comienza un día cargado de sorpresas y aventuras...

De este modo tan sencillo y efectivo nos han contado (sin mostrarlo) todo lo que el espectador necesita saber para seguir enganchado a la historia. Sabemos que algo va a suceder, sabemos que eso pondrá a los defensores del tren en dificultades, pero igualmente somos plenamente conscientes de que acabarán triunfando y que, casi con toda probabilidad, esos malos cómicos e ingenuos acabarán peleándose entre ellos echándose mutuamente la culpa por haber fallado en el intento.

Lo que no acabaremos nunca por averiguar, en esta dinámica de villanos e ingenuidades, dónde podríamos situar al Coyote y a Correcaminos. No sólo ya en qué categoría, sino -mucho más difícil- quién es en este caso el bueno, y quién el malvado...