Material didáctico y/o de entretenimiento alrededor del cine y la imagen


miércoles, 18 de mayo de 2011

El Gigante de hierro: la emoción de la forma

No es por entrar en disquisiciones absurdas -que también- pero creo que todos podíamos estar de acuerdo en que la emoción última suele estar más en el fondo que en la forma.
la forma, al final, es más analizable, mientras que el fondo siempre será más misterioso, más inescrutable.
En tanto que incógnita, el fondo -sin capacidad de raciocinio- llega más a no se sabe dónde.

Si esto puede ser así, y normalmente se cumple, no lo es siempre.
Hay formas, hay artificios, hay tecnicismos formalmente tan bellos que trascienden mucho más allá de su propio reflejo, trascienden más allá de su propia estructura y son capeces de llegar (de hacernos llegar) a lo más hondo.
Y nos conmueven.
Y nos queremos morir (de placer, de pena, de la emoción a fin de cuentas).

No estoy de acuerdo con esa impostura de denostar la forma a cualquier precio.
El cine es tan heterogéneo, tan inabarcable, que uno puede dejarse arrastrar lo mismo por la expresión de un actor que por un movimiento de cámara.
En una sala de cine puede resultar tan emocionante el desencanto amoroso de un personaje que un plano secuencia cenital. Y no hay por qué avergonzarse de ello.

Es cierto que para los enamorados del cine resulta especialmente atractivo todos los retos, los artificios, los encuadres y las técnicas innovadoras que podamos ver en un largometraje, pero en general, hasta para el propio desarrollo de la historia, este será siempre un elemento más a tener en cuenta a la hora de conectar con el espectador.

Y esta reflexión venía ya que casi por casualidad contemplé el otro día un movimiento de cámara, un único movimiento de cámara de apenas 8 segundos, y volví a emocionarme, igual o más que la primera vez que lo vi, volví a conmocionarme, a sentirme subyugado.
Un solo movimiento de cámara y ya está.
El cine lo ha vuelto a hacer.

En concreto me estoy refiriendo a la película de animación "El Gigante de hierro", de la Warner, dirigida en 1999 por Brad Bird, uno de los directores más interesantes de este género y con verdaderas obras de arte (citar solo "Los Increíbles" y "Ratatouille" ya daría para quitarse el sombrero) que merece la pena revisar cada cierto tiempo (y de Misión Imposible IV, ya hablaremos en su momento...).

"El Gigante de hierro" es una película de ciencia ficción ambientada en la América de los años 50, en plena guerra fría, y narra la amistad entre un niño y un robot llegado del espacio exterior.
Es cierto que -sobre todo por el empecinamiento de su director- se alejó de los cánones clásicos de una película de dibujos animados (no hay canciones, animales con actitudes humanas ni secundarios cómicos) y quizá por eso fue un desastre en taquilla, pero todo aquel que se acerque a ella sin prejuicios podrá valorar y disfrutar -sin duda- una de las mejores películas de animación de todos los tiempos.

Pero volvamos a la forma, y a la emoción hecha movimiento de cámara.
Estamos en un punto en el que Hogarth, el muchacho protagonista, está a punto de descubrir al gigante.
Pasea por un bosque oscuro solo provisto de su linterna, y descubre la inmensidad de los destrozos que alguien (todavía no sabe qué o quién) ha hecho.
Y esa inmensidad, esa majestuosidad, esa desazón ante lo que está apunto de pasar queda perfectamente plasmado en este movimiento de cámara:


Es tan sencillo y a la vez tan efectivo.
Encima, con la música de acompañamiento, hace que te sumerjas en esa devastación que el protagonista siente como propia.

Con un cierto movimiento de multiplano (donde los elementos estáticos de la escena -en este caso árboles- se mueven a distinta velocidad en función de su proximidad con la visión del espectador), vemos un zoom out que abre el campo precisamente para que podamos observar bien toda la escena.
El primer encuadre es ya de por sí bastante abierto, pero la cámara se mueve hacia atrás (es una manera, también, de dejar aún más solo al niño protagonista) y podemos observar la inmensidad de los daños producidos en el bosque.
El niño los ve, nosotros los vemos, y al mismo tiempo sentimos cómo estamos dejando a Hogarth solo frente a tanta debacle.






Y es que en este caso la emoción también es una cuestión de tamaño.
Esa soledad patente y casi épica se cuela por nuestros poros gracias a ese movimiento de alejamiento.

Pero es que el tamaño es muy importante en esta película, y la relación de proporciones entre los dos protagonistas (el niño y el gigante) resulta crucial para entender el desarrollo de la misma.

Quizá por eso también esté especialmente cuidada la escena (justo después de la que acabamos de ver) donde se encuentran por primera vez el gigante y Hogarth, y la majestuosidad del primero va a quedar patente en la angulación y la planificación de la escena.
Veámosla:



El primer acierto es "no ver" al gigante aunque esté presente. En el primer encuadre de esta escena podemos ver a Hogarth con unos árboles atrás, aunque solo nos daremos cuenta que uno de esos árboles es el gigante cuando la cabeza gire y veamos sus brillantes ojos en la oscuridad.



A partir de aquí, sin variar el encuadre, vamos a apreciar cómo el gigante se dirige hacia la posición donde se encuentra Hogarth, e iremos comprobando progresivamente cómo los tamaños relativos se hacen patentes, ya que el gigante efectivamente crece, y el muchacho se va haciendo progresivamente más pequeño, intentado escapar de la trayectoria del gigante.

El plano termina -casi- con el pie de metal del gigante que parece haber pisado a Hogarth, aunque en realidad ha pasado justo por delante.
Volveremos a ver a nuestro pequeño protagonista tumbado en el suelo, iluminado por la central eléctrica, y completamente superado por las circunstancias.















Esa relación de tamaños (volvemos a la forma) no se hará tan explícita en cuanto al fondo de los dos protagonistas, que gracias precisamente al incidente que está a punto de ocurrir en la central eléctrica verán sus vidas conectadas y unidas para siempre.

Y es que al final, ya sea fondo ya sea forma, lo importante de una historia es que llegue, que nos llegue, y que nos dejemos llevar...