Material didáctico y/o de entretenimiento alrededor del cine y la imagen


sábado, 5 de febrero de 2011

La trama (Family Plot): Tensión y distensión al compás de un mago

A Pedro E. Delgado

Hablaba justo en la entrada anterior de las virtudes (de expansión) que tiene la comedia.
Pero qué difícil es, y qué encanto tiene.
Dejando de lado la eterna diatriba de si es más fácil hacer reír o llorar -sobre todo en cine- lo que sí resulta cierto es que, probablemente, la máxima dificultad no deviene de la utilización clásica de los parámetros de un único género, sino en la mezcla de estos, la interconexión de al menos dos, estando presentes ambos a la vez y sin perder su propia identidad en ese espacio/tiempo.
Más difícil que hacer reír o llorar es hacer reír y llorar al mismo tiempo.
Y normalmente, cuando se consigue, estamos cerca de la genialidad.

En esa deliberada mezcla/confusión/entronque de géneros el maestro, para mi gusto, es Sir Alfred Hitchcock.
La sabiduría con la que manejaba toques de comedia dentro de un ambiente de suspense (presente en muchas de sus películas) sin perder, insisto, las características propias ni del suspense ni de la comedia estaban a la altura de muy pocos.

Este no es evidentemente el único caso, pero como era un clásico en las clases que daba Pedro, lo traigo hoy aquí como reflexión, homenaje y recuerdo de aquella época.

Se trata de una escena de la película "La trama" (Family Plot) la última película que dirigió Hitchcock, allá por 1976.
En ella vamos a ver cómo la pareja protagonista se monta en un coche en el que alguien ha saboteado los frenos con la intención de librarse de ellos.
El peligro es real, el sufrimiento, el miedo y el vértigo es completamente real, así como el acecho de la muerte.
Pero inmiscuidos en la vertiginosa e imparable velocidad de ese coche, todavía tendremos tiempo para la comicidad de la situación.

La escena completa dura cuatro minutos, aquí la tenéis:



La escena, como no podía ser menos, empieza dándonos la información justa que necesitamos para situarnos en el contexto de la historia.
Vemos el coche que arranca y se incorpora a la carretera, nos situamos en la parte trasera y acercamos el plano para centrarnos en el sabotaje, para comprobar cómo poco a poco el coche va perdiendo líquido de frenos.





A partir de aquí, casi exclusivamente, vamos a tener dos planos: El de ellos dos y el contraplano de la carretera.
Vamos a articular toda la secuencia con la intercalación de los mismos, y resultará perfecto para crear el ritmo necesario a la misma.
Este ritmo irá imparablemente in crescendo, pese a que no variará el encuadre, gracias a la duración (cada vez más corta) de esos dos planos, y que lograrán que sintamos la velocidad, también en aumento, que sienten los protagonistas dentro del vehículo.




Este plano es el único que se escapa a la dualidad personajes/carretera de la que antes hablaba, y su única función es recordarnos -todavía al principio de la escena- el por qué el coche no frena.


Una vez en situación (dos encuadres, tensión dramática de la escena) deviene la comedia.
Para ello, el mantenimiento del encuadre será fundamental.
Lo que vamos a ver a partir de ahora no deja de ser como un teatrillo, como una representación dentro de la representación.
Evidentemente, el personaje díscolo, el contrapunto absurdo es el de ella, que frente a la tensión del momento va a encarnar la distensión, la hilaridad, que se va a centrar en echarle las culpas al conductor mientras que todos (nosotros, él mismo) sabemos que el peligro (real, insisto) es otro.

Ese encuadre fijo y la variación espacial (sobre todo de ella) da lugar a que esa distensión y comicidad provenga, mucho más que de los diálogos, de la distribución de los personajes en ese único encuadre.







Llega un momento que por la propia velocidad del coche y los acontecimientos, todo se descontrola.
El encuadre de ellos, antes fijo, se mueve en diagonal dando mucho mayor dinamismo, y en el encuadre de la carretera, donde al principio sólo veíamos el escenario, ahora aparecen coches y motos que se cruzan con ellos, acentuando todavía más si cabe el peligro existente.




Y llega el final.
Pese a la intromisión (desmedida, incomprensible y absurda) de la mujer en la conducción de él, pero de algún modo quizá también gracias a ella, la tensión termina con el coche saliéndose fuera de la carretera y quedando parado (volcado pero seguro) de canto en mitad de la tierra.




Un último encuadre/juego nos va a remarcar las constantes de la escena narrada.
Hemos visto al coche cómo por fin ha quedado parado.
Aún no lo sabemos pero tendemos a pensar que nada malo les ha ocurrido a los protagonistas, aunque hay un momento de tensión antes de confirmarlo.
Desde un encuadre cerrado, vemos cómo del coche inmóvil sale la mujer, lo que confirma nuestras sospechas de que nada ha pasado, aunque en el siguiente plano vemos que ella sale del coche apoyando su pie en la cara de él, con lo que de esta manera -con un guiño de comedia- se cierra toda la tensión y el absurdo vividos durante la escena.





Podríamos pensar que todos los toques de absurdo y comedia que hemos vivido paralelamente al sufrimiento de los protagonistas han ido preparando al espectador, le han hecho saber que nada malo iba a pasar, aunque para mí, más bien, se superponen y se complementan.

De este modo una cosa no quita la otra, y así podemos estar preocupados por la suerte de los protagonistas, mientras la actitud de la mujer suscita todo tipo de sensaciones: Nos hace gracia por lo absurdo, nos indigna porque comprobamos impotentes que no ayuda en nada y nos inquieta por si acaba interfiriendo en una resolución del problema en el que están inmersos.

Todo bien mezclado, todo en su justo punto...