En la complicada reubicación de este blog, tras los avatares sufridos, intentamos recuperar la normalidad ampliando nuevamente el espectro de temas a tratar, con el de los inicios de las películas.
Son varias las estructuras organizativas que se dan a las películas, desde el conocido
Principio/Nudo/Desenlace
a otros más elaborados, como
Arranque/Presentación/Desarrollo/Clímax/Final
pero en cualquier caso es cierto que el inicio, el arranque de una historia resulta vital para atrapar al espectador.
Nunca será un seguro para una buena película, ni siquiera al contrario, pero qué duda cabe que ayuda a engancharte con aquello que te están contando.
Hago un repaso rápido y de memoria por los arranques que más me han impactado, y aun siendo muchos me paro enseguida en el de la película "Blue Velvet" (Terciopelo Azul) que dirigió David Lynch en 1986.
Me parece un inicio tan perturbador como brillante, tan impoluto y bien medido que resulta casi imposible no quedar hipnotizado en sus redes de tranquilidad y sordidez.
Además, cumple perfectamente con lo que se propone, que no es otra cosa que predisponer al espectador a lo que va a ver, imbuirle en el espíritu necesario para que se enfrente a esta historia malsana y oscura enmarcada en el idílico escenario de un pueblo como Lumberton.
Coincide además que en este caso -no podía ser menos- el arranque de la película lo podemos encontrar en YouTube, con lo que me evito la molestia de subirlo yo (cosa que por demás, al menos de momento, no pensaba hacer).
Dura dos minutos y medio:
No se trata de analizar aquí los títulos de crédito y sí el arranque, ya digo, de la cinta, pero no está de más confrontar esa exquisitez de la tipografía sobre el fondo azul que da título a la propia obra, para darnos cuanta cómo están cuidados todos los aspectos formales de la misma.
Y de ese fondo azul cielo, precisamente, arranca la película con una bajada de cámara hacia los pacíficos y amables rincones de un pueblo cualquiera de EEUU.
El primer detalle donde nos detenemos será un pequeño jardín de rosas rojas...
Ahondando en esa línea de "aquí nunca pasa nada", "aquí está todo bajo control" vemos a cámara lenta el cálido paseo de un coche de bomberos por el vecindario, con el amable bombero saludándonos directamente, acompañado como no podía ser menos de un dálmata.
El tercer plano de la película regresa sobre los jardines, en este caso sobre los tulipanes amarillos de las típicas casas americanas, todas iguales, compartiendo tranquilidad y paz.
Una escena más, también a cámara lenta, como si quisiéramos atrapar estos momentos de perfección, donde apreciamos a unos niños cruzando un paso de cebra bajo la atenta mirada y la supervisión de una mujer mayor.
Nada nos inquieta.
No hay ruido, no hay coches corriendo, no hay niños que se salgan de la fila.
Vemos la fachada de una vivienda, precisamente de esa típica vivienda americana que hemos visto con anterioridad en el plano de los jardines.
De algún modo, sin saberlo, somos conscientes de que será el lugar donde empiece la acción.
Y nos acercamos más a la casa, a lo que ocurre en ella, y observamos a un hombre que riega tranquilamente sus plantas.
En lo que entendemos como el interior de la vivienda, podemos observar a la que reconocemos como mujer del hombre que riega el jardín, tranquilamente sentada, tomando un té y viendo lo que parece que es la televisión.
En la televisión observamos una mano amenazante que porta una pistola.
Una reflexión aparte merece el hecho de que sea un elemento artificial/irreal -la televisión- el que nos ofrezca ese cambio de sentido, donde lo anteriormente visto -la realidad, supuestamente- es hermosa, pero no así la ficción.
En cualquier caso esa amenaza se convertirá en real, pues fuera, en el jardín, el hombre (Mr. Beaumont) sufrirá un infarto.
El relato del mismo es impecable, pues Lynch establece un paralelismo (que no por evidente deja de ser elegante) entre la goma/arteria que se hace un nudo, impidiendo el riego y provocando el infarto.
La secuencia de planos la podéis observar aquí:
Este plano general de la escena resulta igualmente muy interesante, pues, con planos cada vez más cerrados, vamos a observar cómo el perro de la familia se acerca al accidentado no tanto para ayudarlo y sí para jugar/beber con el agua que sale libre por la goma.
Al principio, en el plano general, podemos observar la figura de un niño pequeño (también un poco inquietante: ¿qué hace, de dónde sale?) que podría representar esa parte más pura de nosotros que no comprende lo que pasa, que no puede evitar lo que sucede, que no interviene bien por desconocimiento o perplejidad, que simplemente forma parte de un decorado preestablecido pero no interviniente.
Por contra la actitud del perro, una reacción que podríamos fácilmente calificar como más animal, es la de no ya socorrer a su dueño, sino enfrentarse en un juego irracional pero lleno de sentido al agua que sale de la goma.
Poco a poco, además, los planos se van cerrando y nos centramos precisamente en esa reacción animal, que se desentiende de la tragedia ocurrida y se deriva a otros elementos más intensos, más terrenales.
Ese juego con el agua -que no olvidemos que sigue siendo la sangre- nos aporta también parte de la reacción que tendrán los protagonistas al enfrentarse a la historia.
Tras la fachada de tranquilidad y amabilidad, hemos descendido a la tierra, pero nuestro viaje no se va a quedar allá.
Y Lynch nos lo deja muy claro abandonado el limpio césped donde yace el señor Beaumont e introduciéndose en él, escarbando la tierra y penetrando en lo que nos está vetado, lo que está oculto, lo que nunca es mostrado.
Y lo que vemos no es agradable.
Tierra e insectos peleando y mezclándose entre sí son el contrapunto perfecto a las idílicas estampas de rosas y tulipanes.
Aunque todo forme parte de lo mismo.
La lente macro y agobiante nos sumerge en el trasfondo, en la base, en lo que cimienta y a la vez pudre todo lo que está arriba.
Y ese será el viaje de la película.
Ese escenario será también donde el protagonista, Jeffrey, el hijo del señor Beaumont, encuentre una oreja que actuará como desencadenante de toda la historia.
Tras introducirnos en lo más sórdido, lo más agobiante, lo más putrefacto, el último cambio de plano es radical.
Observamos el cartel de bienvenida al pueblo de Lumberton.
Y es que lo anterior ha sido un prólogo.
Ha sido una manera de contarnos la película, de predisponernos a lo que va a ocurrir a partir de ahora.
Con ese Bienvenidos a Lumberton (y con nuestro ánimo mezcla de perplejidad y desasosiego) empieza realmente la historia.