Material didáctico y/o de entretenimiento alrededor del cine y la imagen


jueves, 15 de abril de 2010

Karakter: La correspondencia como metáfora del paso del tiempo

Aunque las nuevas tecnologías las hayan llevado al ostracismo, siempre me gustaron las cartas y el mundo de la correspondencia.
Quizá sea por eso que me atraiga especialmente esta secuencia de la película "Karakter", del director Mike Van Diem, donde nos mostrarán el paso del tiempo a través de un curioso juego de envío de cartas y devoluciones.

El joven Katadreuffe, acusado de asesinato, le cuenta al oficial de policía, durante un interrogatorio, su relación con Dreverhaven, el muerto, que resulta ser su padre.
A través de un flashback, el sospechoso cuenta al policía como su madre abandona a Dreverhaven para criarle a él ella sola, y que éste intenta durante todo un año que al menos acepte una compensación económica, a lo que ella se negará una y otra vez.

Ese juego de peticiones de mano y envío de dinero queda magistralmente contado en esta secuencia de tan solo tres minutos:



Al principio hemos visto a los personajes de Katadreuffe y del policía, y con la voz del joven de fondo, empezará el flashback que nos cuenta la historia de las cartas.

Para remarcar el núcleo principal de la historia, nos encontramos tres planos: 1) el hombre que le escribe la carta acompañada de dinero, 2) el cartero que le entrega la carta a la mujer y 3) la mujer que mira el sobre y se lo devuelve.




En el segundo envío que nos cuentan, el director remarca el hecho de que con el dinero va una petición de mano, que ella deja pasar.


Ese dejar pasar está perfectamente contado con un movimiento de cámara donde rozamos la acción. Nosotros también la dejamos atrás aunque nos haya dado tiempo a ver qué sucedía exactamente.


Probablemente la parte que da más juego temporal es la siguiente.
Mientras la voz en off nos dice "el duelo de los giros duró mas de un año", ese texto queda perfectamente traducido en imágenes a través de la cara del cartero que entrega la correspondencia.
Son únicamente tres momentos diferentes, pero quedan perfectamente ilustrados por el tiempo que hace en el exterior (sol, lluvia y nieve), que remarcan claramente el paso del tiempo, y por los encuadres cada vez más cerrados, donde vamos creando una inevitable sensación de cercanía con la figura del cartero.
Decir también que la puerta en negro que se abre actúa perfectamente como una cortinilla.




En ese momento se corta esa transición (un año contado en sólo tres planos) con el contraplano de la mujer y la voz en off que dice: "Había llegado el momento de escribirle".


Este fantástico plano ilustra perfectamente y nos da mucha información: La mujer escribe (no sabemos qué, pero es la primera vez en un año que se digna a contestar), el cartero tiene un tazón de caldo, y está familiarmente (otra vez el tiempo) con el niño que está en la cuna.


Cuando el emisario le entrega la respuesta, enseguida conoceremos la reacción de Drevenhaven.


Esta respuesta está mostrada también de un modo especialmente cuidado, ya que en el momento de recibir la carta el personaje se haya enmedio de una subasta, y su puño de desaprobación (la voz nos confirmará que la carta no es positiva: "No lo aceptaré jamás"), el golpe de su puño se solapará con el que iba a suceder en la subasta.



Es en esta última parte de la secuencia cuando sucede el intercambio de planos que más me interesa de todo el metraje.
Vemos un plano de Drevenhaven todavía con el puño sobre la barandilla -acaba de leer la carta- y en seguida regresamos al plano de cuando la mujer escribió esas letras (y vemos en su expresión cómo de algún modo se adelanta a la reacción que esa carta tendrá), para volver enseguida al plano donde el protagonista se siente derrotado.





Siempre me ha resultado interesante cómo se articula el concepto del tiempo cuando hablamos de la correspondencia: efectivamente, cuando uno escribe una carta y la envía, el que la lee lo hace un cierto tiempo después, pero inevitablemente quedan unidos esos dos tiempos distintos, el momento en que se escribe y el momento en que se lee.
A través de estos tres sencillos planos, esos momentos han quedado conectados para siempre...