Material didáctico y/o de entretenimiento alrededor del cine y la imagen


jueves, 28 de octubre de 2010

Breaking Bad: La intensidad de un minuto

Hay momentos tan intensos y que transmiten tanto que es difícil analizarlos.
Lo que de ellos se desprende -o al menos una gran parte- pertenece al terreno de lo intangible, de lo que se nos escapa, y de ahí precisamente su eficacia en cómo se nos cuela dentro, en cómo nos llega, nos toca y nos conmueve.

Algo de eso ocurre en esta pequeña escena de la gran serie de la AMC "Breaking Bad", perteneciente a la tercera y de momento última temporada (hay tantas cosas que quedaron en el aire que necesitamos que la cuarta comienze ¡ya!), una serie creada por Vince Gilligan y con el protagonismo absoluto del enorme Brian Cranston.

Tengo tanto amor por la serie que prometo no contar nada, absolutamente nada, que sea importante para su disfrute.
Y os la recomiendo encarecidamente.

En esta tercera temporada impoluta, el capítulo siete, titulado "One minute", se erige como uno de los más determinantes (aunque mi predilecto será por siempre el número diez, "Fly").
Con toda probabilidad ese "one minute" al que hace referencia el título se corresponde con lo que sucede al final del episodio, pero aún así hay "muchos un minuto" en todo el capítulo.
Un minuto de la paliza de Hank a Jesse, un minuto con la cabeza de un niño bajo el agua, y, por qué no, un minuto de la bajada de un ascensor.

En esta escena, Hank Schrader sale de su oficina (es detective de policía, agente de la DEA) hundido porque, tras un incidente grave que él ha provocado, se ha visto abocado a entregar su placa y su pistola, en espera del jucio al que se le va a someter. Cuando se dispone a salir se encuentra con su mujer, María, en el ascensor. Ambos bajan.

Este es el video que, como no podía ser de otra manera, dura un minuto:



Hay en la planificación del mismo un gusto innegable por la contención y el minimalismo.
En el primer plano de esta escena vemos al personaje de Hank de espaldas. Sabemos que está hundido por lo que acaba de suceder.


En este primer plano vemos claramente el gesto de Hank. Un personaje de carácter que se nos muestra vulnerable, pero contenido.


Sabemos que Hank está esperando la llegada del ascensor. Aquí el punto de vista cambia drásticamente y vemos la escena desde el interior de ese ascensor que el policía está esperando.
En este ascensor intuimos de espaldas la presencia de una figura femenina.
Las puertas del ascensor se abren y vemos a Hank en la misma posición de abatimiento, con el rostro vencido.
En un momento alza la cabeza y ve a la persona que viaja en ese ascensor.




En ese mismo instante cambiamos de plano, de punto de vista, y observamos que esa mujer del ascensor es María Schrader, su esposa, y sólo por su gesto entendemos que ella sabe todo lo que ha ocurrido a su marido.


Hank, cabizbajo, entra en el ascensor lentamente. Su mujer no se mueve.
Todo en la secuencia está contenido. La puesta en escena, el plano abierto, la ausencia de diálogo, la austeridad en movimientos.
Los personajes no se tocan y apenas si se miran. Flota en el aire mucha desolación, mucha tristeza, mucho desencanto.


Y las puertas del ascensor se cierran.
Tenemos la percepción que todo ese desencanto se encierra en ese pequeño espacio, y que las circunstancias dentro no van a cambiar.
Pero nos equivocamos.


De esas puertas cerradas pasamos a un plano muy cercano del matrimonio abrazándose, en una acción llena de dolor y ternura.
El cambio entre planos no puede ser más brutal, al igual que la lectura que hacemos de la historia.
La emoción de ese abrazo se ve todavía aumentada por un leve pero implacable acercamiento de cámara a los dos personajes que, aun sin hablar, transmiten todo lo que sienten en ese momento uno por otro.


De este acercamiento y esta emoción pasamos casi a negro, a la puerta del ascensor en el vestíbulo del edificio, que se va a abrir volviendo a mostrar a los personajes que están dentro.




Y comprobamos con asombro -pero entendiéndolo perfectamente- que la disposición de Hank y María es exactamente la misma que en el momento en que las puertas se cerraron en la planta de arriba.
Los dos quietos, los dos sin mostrar ningún tipo de emoción, hieráticos y contenidos.
Todo lo que había que mostrar, todo lo que había que exorcizar se ha quedado dentro de ese pequeño habitáculo.
Y los personajes, lenta y pausadamente, casi arrastrándose, salen al mundo real a enfrentarse -juntos, de eso no nos cabe ninguna duda- a sus propias miserias.




Y todo eso contado en un minuto...