Material didáctico y/o de entretenimiento alrededor del cine y la imagen


domingo, 14 de noviembre de 2010

El verdugo: La inocencia de un sombrero en mitad de la nada

Ayer, sábado 13 de noviembre, moría en su casa de Madrid Luis García Berlanga.
Ya es curioso que en el diálogo de una de sus películas uno de sus personajes dijese aquello de que "debería estar prohibido morirse en domingo", pero, sea fiesta o no, la mejor manera de recordarlo es viendo cine, y el suyo era del bueno.

Vaya este pequeño análisis como modesto homenaje a uno de los grandes nombres del cine, español en particular y universal por derecho propio...

Una de las primeras clases de lenguaje audiovisual tiene que ver con los tipos de plano. Y con seguridad es una de las que más se recuerdan.
Plano general, primer plano, plano detalle, qué vamos a decir.
A mí me gusta más insistir en la importancia que significa el espacio en lo mostrado. Hablar de cómo tendremos fundamentalmente dos tipos de planos (los descriptivos y los expresivos) y que la medida del cuerpo humano respecto al encuadre mostrado condiciona totalmente la lectura que de él hacemos.

Y bien que podemos ver la importancia de ese espacio en esta conocidísima escena de la película "El verdugo", que el maestro Berlanga rodó en 1963.
En ella, Jose Luis (Nino Manfredi), que ha aceptado muy a regañadientes sustituir a Amadeo (Pepe Isbert) como verdugo, se ve obligado a practicar su primera ejecución, y es llevado a rastras como si él fuese el reo a ejecutar.
Tragedia, comedia y humor negro -negrísimo- se mezclan magistralmente:


Vamos a comprobar en esta escena como en un único plano nos van a contar toda la historia.
La escena empieza con Jose Luis cruzando una puerta llevado en volandas por dos policías.
En un plano intermedio lo observamos mareado y sobrepasado por las circunstancias, y nos llama la atención ese sombrero blanco casi cómico que corona su cabeza.


Jose Luis no puede. Balbucea, recula, se resiste.
Sabe que la ejecución -que veía lejana, imposible- se va a convertir en realidad y que él tendrá que llevarla a cabo.
Los policías siguen arrastrándolo y él lleva el sombrero en su mano.



En este momento vemos cómo pasan por las dependencias policiales y se dirigen a un pasillo inmenso que los separa del lugar destinado a la ejecución, prevista por garrote vil.
Vemos igualmente cómo un poco por delante de Jose Luis y los policías va el grupo de gente que lleva al preso que será ejecutado.


Y a partir de aquí, la cámara va a ir subiendo, abriéndose el campo que tenemos ante nuestros ojos, viendo y sintiendo la inmensidad de ese pasillo que lo separa de su destino, viendo la amplitud de un espacio vacío, frío, triste y gris, un espacio desolador que inevitablemente tendrá que atravesar para enfrentarse cara a cara con la dura realidad.


Jose Luis sigue sin poder enfrentarse a esa realidad que le espera tras la puerta del fondo.
En este momento lúgubre y terrible, se suceden al mismo tiempo las escenas más cómicas (herederas innegables del cine mudo de comienzos de siglo), donde los personajes que acompañan al reo se vuelven hacia nuestro protagonista para ayudar a los policías que lo llevan.
Efectivamente, es nuestro protagonista el que parece que está siendo llevado a la ejecución, y no el reo.
Es muy fácil establecer el símil de esa "ejecución" de Jose Luis como la pérdida de su inocencia, de cruzar ese umbral del que ya nunca más se vuelve.



Una vez que han ido políticos, alguaciles y hasta el párroco, entre todos siguen arrastrando a un Jose Luis que cada vez ejerce menos resistencia.
Y la cámara sigue subiendo.
El espacio se hace cada vez más grande, y el espectador puede sentir la desolación de la escena pero también la imposibilidad de cambiar un destino que a cada momento se hace más inevitable.

En ese instante, lentamente, el grupo de personas se dirige hacia la puerta y comprobamos cómo el sombrero blanco de Jose Luis se ha quedado en el suelo.
En la amplitud de ese espacio cada vez más vacío sólo queda el sombrero blanco en el suelo, hasta que todos desaparecen y el sombrero se convierte en el único protagonista de la escena.




Pero ese sombrero, ese punto blanco en el espacio, ese símbolo de la pureza y la ingenuidad del protagonista no podía quedarse fuera de la ejecución.
Para completar el viaje iniciático que supone cruzar ese umbral, era necesario que el sombrero también entrase junto al garrote vil, así que uno de los policías cruza todo ese espacio vacío para recoger el sombrero y llevarlo dentro.




Una vez que se cierra la puerta, vemos el espacio -ahora sí- completamente vacío.
La cámara desde arriba nos ofrece el panorama desolador de esa antesala de la muerte.
Ahora todos han cruzado ese espacio, aunque nosotros, como espectadores, nos quedamos fuera.
Pero esa amplitud, ese alejamiento, esos tonos grises hacen que la tristeza y la desolación de saber lo que va a ocurrir al otro lado de esa puerta invada todos nuestros sentidos.

Y ya no queda nada de inocencia...