Material didáctico y/o de entretenimiento alrededor del cine y la imagen


sábado, 27 de noviembre de 2010

Tres colores Azul: Cuando el tiempo pasa tan lento

Leyenda o no, creo que hace tiempo que terminó la fama de un cine europeo lento frente a una manera de contar en el cine americano mucho más dinámica.
Aquello de que se veía crecer la hierba...

Hoy, ya sea por la globalización o por una cierta universalidad del lenguaje, es cada vez más difícil catalogar en esos términos.
¿Alguien en la actualidad podría desarrollar un discurso coherente sobre los términos "cine europeo" o siquiera "cine español"? Yo lo pongo en duda.
Cine bueno y cine malo, cine de acción, comedia, drama o la definición que más os guste.
Pero estéticas e intencionalidades delimitadas por fronteras, la verdad que no.

Y aún así, habiendo de todo, sí que hecho en falta la presencia de más tiempos muertos en el cine actual.
Los tiempos muertos, tan necesarios en el cine (se me viene a la memoria una magnífica escena de "Cautivos del Mal" donde se habla precisamente de ello), los tiempos muertos, digo, son muchos y muy variados, y cumplen la imprescindible misión de dejar respirar a la película.
Pero, sobre todo, aquellos que alargan en exceso los actos cotidianos y triviales, cada vez tienen menos presencia en un lenguaje que tiende a lo sintético.

Me surge esta reflexión viendo "Azul" la primera parte de la conocidísima trilogía de Krzysztof Kieslowski, protagonizada en este caso por Juliette Binoche y que se estrenó en 1993.
Una película de una factura impecable que, curiosamente, si hubiese que clasificar, yo la situaría mucho más como un thriller que como eso que de una manera tan cursi se ha venido en llamar cine de autor.
Y, siendo thriller como es, está llena de tiempos muertos que acompañan y nos marcan una cadencia, un sello personal, un aroma impregnado en su desarrollo.

He escogido sólo dos, de los muchos que aparecen a lo largo de la cinta, pero -creo- bastante significativos.
Curiosamente los dos, siendo lentos y pausados, apenas si duran poco más de un minuto y, pese o lo trivial de las acciones mostradas, tienen una importancia narrativa innegable.
Veamos el primero:



Julie, la protagonista interpretada por Juliette Binoche, es una mujer destrozada que ha perdido en un accidente de coche a su marido, un compositor de prestigio, y a su hija de corta edad.
A lo largo de la historia veremos a la protagonista evolucionar desde un derrumbe psicológico acompañado por deseos autodestructivos, hasta el reencuentro con ella misma, con su libertad, su luz y todo su potencial.

En esta escena la vemos en una cafetería.
Este tiempo muerto, este acto trivial, está subrayado en el único diálogo que se nos presenta:
- ¿Café con helado?- dice el camarero.
- Como siempre- responde ella.
Como siempre...


Podríamos cambiar de plano y ver al personaje tomando ya el café. O más aún: ¿porqué mostrar esta escena si en el fondo es otro café más, un café como el de siempre?
Pero Kieslowski no va a eliminar esos impasses tan fácilmente. Es más, mantendrá el plano, con ella esperando, hasta que el camarero le trae el pedido.




Y en ese momento trivial, en ese tiempo muerto intrascendente, surge la magia: Un músico callejero, tocando la flauta, hace llegar al rostro, al corazón y al alma de Julie una suave y melancólica melodía.


Y entonces sí cambia el encuadre.
Vemos un primer plano del rostro de la protagonista, donde apreciamos en toda su intensidad cómo recibe la melodía, y cómo se ve afectada por ella.


Y ya.
Ya no volveremos a ver su rostro, ya no volveremos a ver al flautista.
La sola presencia de dos elementos fundamentales (la música y la luz) en el cercano encuadre de la taza de café, nos acompañarán en la transmisión de toda la nostalgia, todos los sentimientos, todas las vivencias y todos los recuerdos acumulados en el ánimo de Julie, que por supuesto también es el nuestro.
Una nube que pasa, una sombra que se desplaza, el tiempo que transcurre, siempre tan lento...







La segunda escena que he elegido es una de esas que se recuerda inexorablemente.
Si has visto la película puede que sea lo único que recuerdas quince años después.
Si no fuese porque es mucho decir, me atrevería a afirmar que es de esas que se quedan por derecho propio en la historia del cine.
Sugerente, cómica, emotiva, cercana y entrañable. Con una dosis justa de ironía, ternura y mala leche.

Y tan abierta a interpretaciones en sus poco más de un minuto de duración:


Estamos ya cerca del final de la película. Julie ha ido transformándose y tras la tragedia inicial parece una mujer cada vez más fuerte y dueña de sus actos e intenciones.

Aunque esta escena empieza en la calle, con la cámara que sigue a una mujer de avanzada edad que camina muy muy despacio.


En ese movimiento haremos entrar en el encuadre a Julie, a la que apreciamos sentada en un banco, aunque seguimos viendo a la anciana que camina lento.


Cambia el plano y vemos a una Julie capaz de disfrutar del sol de la calle, de la placidez de una plaza, de la cotidianidad de un lugar de paseo, gente y vida.
Con los ojos cerrados, abstraída de lo que le rodea pero a la vez disfrutando de todo ello, con ese sol que le ofrece toda una nueva vida que se abre ante ella.


Y, enmarcado por un doble fundido a blanco, provocado por ese sol y esa luz que exalta y da placidez a nuestra protagonista, podemos observar (nosotros, Julie no, porque conserva aún los ojos cerrados) como la mujer mayor intenta con mucha dificultad introducir un envase de video en un contenedor de reciclaje.
Podremos asistir a varios intentos infructuosos, debido a la altura del mismo y a la espalda encorvada por la edad de la señora. Podremos observar cómo algún transeúnte que pasa por la calle no se digna a ayudarla, hasta que, casi milagrosamente, la anciana puede dejar la botella semi incrustada en el orificio de entrada del contenedor.



Ajena a todo, Julie abre los ojos y se reincorpora al mundo cuando la anciana ya ha desaparecido.
El sol todavía ilumina su cara y le da la bienvenida a ese nuevo mundo que se muestra ante sus ojos.
Julie, como quien se despierta de un leve sueño, se despereza, se levanta y se reincorpora a la vida.