Material didáctico y/o de entretenimiento alrededor del cine y la imagen


domingo, 14 de marzo de 2010

Lost in translation: O cómo contar toda una noche en seis planos, o dos.

Uno suele aprender tarde una de las pocas verdades del lenguaje narrativo: Que menos es más.
O cómo me decían el otro día. "Mejor una palabra que dos, mejor una acción que una palabra".

Y yo me acuerdo inevitablemente de este pequeño trozo de "Lost in translation", la película de Sofia Coppola, donde magistralmente se cuenta el devenir de una noche entera en seis planos (condensados en dos) y en apenas cuarenta y cinco segundos.

Y es precisamente el transcurso de esa noche lo que no se cuenta, lo que no se ve, lo que simplemente se sugiere con la utilización de esos planos.

Otros lo llamarán elipsis...



Lo primero que uno piensa cuando ve esta pequeña historia es la de metraje innecesario que nos hemos ahorrado para acabar sabiendo lo mismo.

Estoy seguro que en manos de otro director o directora habríamos tenido que ver cómo ligan en el bar y cómo se acuestan (con música de video clip de fondo, claro) hasta llegar al momento del desayuno.
Y efectivamente todo eso, aquí, sobra.

Si nos damos cuenta, además, el plano más largo es el primero, donde se nos ofrece toda la información que necesitamos saber: El personaje de Bill Murray está solo en el bar de un hotel, llega una chica pelirroja y parece que quiere abordarlo...



Luego sucede el cambio más brusco y probablemente el más importante de toda la historia.
Hemos pasado a la acción por la mañana (vemos la ventana abierta y es de día) y observamos a Bill Murray en su cama de hotel.
Tengo que reconocer que es mi plano favorito.


Para mí casi sería suficiente con estos dos planos para contar la historia completa, pero entiendo que en este caso la directora (no soy quien para enmendarle la plana) pretende hacer hincapié en el arrepentimiento posterior del protagonista, con lo que la acción continúa.

Vemos lo que ve el protagonista (el desayuno ya pedido), y volvemos al mismo plano de él en la cama, donde apreciamos cómo se incorpora.



Hemos tenido ya el suficiente tiempo como para hacernos a la idea de lo que ha sucedido, claro.
Aún así nos lo remarcarán, con este plano perfecto dónde, sin ver todavía a la chica en la habitación, la escucharemos mientras nos ofrecen todos los elementos que nos faltaban (o no) para reconstruir el puzzle: Dos copas de champán y lencería suelta.
Este plano se presenta con un juego de enfoques, donde primero apreciamos las copas y después la cara de Bill Murray, porque como ya dije lo que nos interesa, sobre todo, es la reacción del protagonista a lo que ha sucedido.



Por último, para remarcar aún más el arrepentimiento, vemos un punto de vista parecido al del plano dos pero mucho más cercano a la cara de él, donde podemos apreciar de un modo significativo no solo que ha pasado lo que pensábamos que ha pasado, sino que él entiende perfectamente que ha metido la pata, al dejarse llevar por la noche y el alcohol...



Y de este modo tan sencillo (y a la vez tan difícil) nos cuenta Sofia Coppola el transcurso de una noche, y el espectador acaba conociendo no sólo lo que ha visto en la pantalla, sino lo que ha pasado entre el plano uno y el plano dos, sin necesidad de que se lo enseñen.

Y mucho mejor así, qué duda cabe...