Ya estuvimos hablando en esta entrada de cómo el raccord funcionaba perfectamente como elemento de humor, y de este modo ha sido y seguirá siendo utilizado como referente de la parodia tautológica, a veces con mejor o peor resultado.
Que el cine es mentira ya lo sabíamos. Eramos conscientes de que el día es la noche (americana), de que en una conversación los interlocutores no tienen por qué estar en la misma habitación, o que los enemigos acérrimos de la continuidad son los cigarrillos, el pelo y los vasos de agua.
Todo eso ya lo sabíamos, si, pero es verdad que ahí hay mucho juego...
Bien se refleja en este anuncio (cuyo mensaje final no tiene nada que ver con lo que estamos hablando) que, como me decía un amigo, define y refleja perfectamente lo que el cine es: una gran y hermosa mentira, en la que entramos incondicionalmente.
No hay mucho que explicar pues ya se encargan ellos mismos de mostrar el truco.
Decorados, ambientación, vestuario, objetos, dirección... Todo es susceptible de ser cambiado, movido o modificado.
Pero la magia, claro, es no darnos cuenta...
Viendo estas dos imágenes aisladas, es sencillo adivinar cuáles son las diferencias (¡veintiuna!) en total, pero no así en la continuidad de la narración.
Y es que por debajo (nunca mejor dicho) de las cámaras hay mucho movimiento, mucho cambio, mucho engaño perpetrado con alevosía.
Es curioso porque en este caso en concreto ni siquiera nos ofrecen un corte, un cambio de plano (no hay que olvidar que la edición es la mayor generadora de fallos de raccord), así que tampoco podremos darle a José Mota la razón al 100% cuando afirmaba en este skecht que el mejor remedio contra el raccord eran cuarenta días de plano secuencia...
Con él os dejo.